martes, 31 de mayo de 2011

ARTUALIDAD

No puedes comprar el sol

RUMBO AL CENTENARIO

La ESCUELA NACIONAL SUPERIOR AUTÓNOMA DE BELLAS ARTES DEL PERÚ esta rumbo al  centenario, esta semana se festejan sus 93º aniversario, y como es de esperarse, un sin numero de actividades organizadas por los alumnos y los directivos de la institución se llevaran a cavo en las diferentes cedes de esta casa de estudios. Cabe recalcar la participación extraordinaria de ex-alumnos y docentes, de los cuales se exhiben un gran numero de banderolas elaboradas y personalizadas por cada uno de ellos.
Esta casa de estudios se ubica como una de las primeras escuelas de arte en el Perú y latino-américa, destacando con méritos propios, desde las directivas de Daniel Hernández, el cajabambino José Sabogal, padre del indigenismo y también director de esta casa, y no podriamos dejar de mencionar al grupo de la época dorada y actualmente con sus destacados jóvenes talentos. Podríamos seguir mencionando sus logros, que sin duda son muchos, sin embargo no todo lo que brilla es oro, la ENSABAP también a pasado por grandes alti-bajos, desde los cambios europeos, posiciones nacionalistas, direcciones polémicas, docentes cuestionados, tomas y propagandas dramáticas, ahora apuesta por una actualización en su currícula, los nuevos conceptos de arte y la integración a los nuevos mercados y sus medios, hacen que nuevamente hayan distanciamientos ideológicos entre alumnos y directivos, esperemos que no allá cuestiones personales y egoístas, ya que gran parte del arte peruano está en esta casa. Este es un llamado a los alumnos y principalmente a las autoridades, "resolver problemas también es un arte, no maten sueños, tampoco los inventen".
Democracia y responsabilidad deben ser el camino para equilibrar los nuevos conceptos del arte ( Idea & Técnica), bueno, no me queda más que expresar un gran respeto por esta prestigiosa institución y saludarla por su 93º aniversario, vida a Bellas Artes.
Por: Patt Monroy
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"NO HAY UN ADIÓS"

Garza Muerta, 1945

Gran interior, Paddington, 1968
Doble retrato, 1985
Inspectora de Seguridad Social durmiendo, 1995
(Hasta ahora el título del cuadro más caro en vida de su autor lo ostentaba la obra "Benefits supervisor seelping" (2008), que se subastó por treinta y tres millones de dólares en la sede neoyorquina de Christie's. EFE)

LUCIAN FREUD
La primera vez que vi un cuadro de Lucian Freud fue hace unos tres años. Mientras viajaba en el bus rumbo a casa, entable una peculiar conversación con una compañera de estudios, comentaba lo interesante de su peculiar técnica, al mismo tiempo que analizábamos, comparábamos y debatíamos las técnicas de otros pintores. Bueno, en gustos y colores, no hay ganadores, sin embargo algo peculiar ocurrió esa tarde, ella menciono a un tal Lucian Freud y expreso su ferviente admiración por este artista, quien estaba emparentado con el padre de la psicología Sigmun Freud. Al día siguiente lo primero que hice fue buscar en la web fotografías de pinturas del tal Freud y no se imaginan la sensación que me produjo ver uno de sus cuadros "Sala de Hospital", en ese momento me sentí tan ignorante, ignorante porque me di cuenta que en algún momento yo había visto algo de él, pero no le había tomado el interés merecido a este artista. Después de eso cambiaría todo respecto a él, compré uno de sus libros de pintura, baje muchas fotos, leí algunos ensayos relacionados a la psicología de su obra, como "Lo Nuevo. Lucian Freud" de la editora Lumen, que trata sobre una reflexión psicoanalítica sobre lo enigmático del cuerpo y del mundo. Hoy puedo decir que conozco a Lucian Freud y que "no hay un adiós" por que seria casi improbable que olvide todo lo que vi de él y creo que el día que olvide todo lo que vi de él, recién se habrá ido, recién podría decir adiós Lucian.

En términos humanos, la evolución de Freud como pintor ha sido, en parte,una historia de afinidades y conexiones profundizadas. Pero también ha sido, en términos estéticos, una historia de superación de dificultades, alteración de estilos y resistencia a la facilidad. " Mediante el trabajo, se llega al conocimiento y la destreza para avanzar despreocupadamente", afirmo una vez. "Sin embargo yo quiero hacer cosas que me exijan realmente". "Si le fallaran intereses que le absorbieran", escribio su amigo, el pintor Frank Auerbach, "se caería de la cuerda floja; no tiene un estilo como una red de seguridad donde caer". En cuanto su forma de trabajar amenaza con convertirse en estilo, la aparta como un lápiz despuntado y busca un procedimiento más acorde con sus necesidades".

Lucian Freud es un pintor de cuerpo en reposo. Como le gusta recordar a la gente, es biólogo. Pinta, dibuja y graba cabezas y cuerpos - predominantemente humanos, pero a menudo animales-. Busca decir la verdad. Pero dota este propósito, sencillo en apariencia, de una sensibilidad extraordinaria respecto a todo lo que envuelve al cuerpo: sensación, emoción, inteligencia, plenitud y la intelectuable disipación. "Nunca puedes saber lo suficiente", afirmó. "Siempre he pensado que la biología me ayuda mucho e incluso el haber trabajado con animales".
Por: Patt Monroy
En memoria de Lucian Freud
"Un extraordinario artista con una melancólica mirada y una fuerza inquebrantable"
Berlín, 08 de diciembre de 1922 - Londres, 20 de julio de 2011
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RON MUECK (1958)



Ron Mueck es un escultor hiperrealista australiano que vive en Inglaterra.


Su origen profesional fue en el mundo de los efectos especiales para el cine, trabajando para Jim Henson en películas como Labyrinth (donde llegó a interpretar a uno de los personajes, Ludo) o The Dark Crystal. Sin embargo ya había dado un paso hacia el mundo del arte aprovechando su talento para desarrollar creaciones plásticas con un realismo sorprendente. Mueck se mudó a Londres para establecer su propia compañía, creando utilería y “animatronics” para la industria de la publicidad. A pesar de ser altamente detallados sus trabajos, eran diseñados para ser fotografiados desde un ángulo muy específico, ocultando así el desorden de la obra vista desde otro ángulo. Mueck con más y más frecuencia deseaba producir esculturas que se vieran perfectas desde cualquier ángulo.
En
1996 Mueck cambió hacia el “arte refinado” colaborando con su suegra Paula Rego, para producir pequeñas figuras como parte de una escena que ella estaba mostrando en la Galería Hayward. Rego lo presentó con Charles Saatchi quien inmediatamente quedó sorprendido con su trabajo y comenzó a coleccionar y solicitar trabajos. Esto lo dirigió hacia la creación que le formó un nombre a Mueck, “Dead Dad” (papá muerto) que es una escalofriante e hiperrealista obra de silicona y otros materiales, del cuerpo muerto de su padre, reducido aproximadamente a dos tercios del tamaño natural. Es la única obra de Mueck que usa su propio pelo para el producto final.
Las esculturas de Mueck reproducen fielmente los detalles del cuerpo humano, pero juega con la escala para crear imágenes que nos sacuden. Su obra de cinco metros “Boy”, fue mostrada en
1999 en el “Millenium Dome” y más tarde se exhibió en la “Biennale de Venecia”.
Éste escultor formó parte de la exposición “Sensation” que causó polémica y otras reacciones extremas entre los críticos y el público. La pieza que expuso en esa ocasión era “Dead Dad”. Esa exposición incluyó también a otros “nuevos” artistas británicos como
Damien Hirst y los hermanos Jake y Dinos Chapman
, que llevan su quehacer a extremos definitivamente estremecedores.


Videos de Ron Mueck


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EL COMPLOT DEL ARTE


Jean Baudrillartd


Jean Baudrillard es considerado como uno de los teóricos más importantes de la posmodernidad. Autor de textos tan significativos como Cultura y simulacro, La guerra del Golfo no ha tenido lugar o Las estrategias fatales, destaca sobre todo por su interés en el arte y la cultura visual contemporánea, la forma, los valores estéticos, los medios de comunicación y la sociedad de consumo; así como por su particular visión del universo hiperreal que nos rodea.
En El complot del arte. Ilusión y desilusión estéticas, Baudrillard se centra en el estudio de la realidad artística contemporánea y en el contexto visual, publicitario, masivo y de consumo que tanto le influye. En líneas generales, podría resumirse que para él, vivimos en una sociedad en
la que predominan las pantallas y las imágenes banales, vacías y superficiales. Unas imágenes tan reales que han perdido el poder de crear ilusión porque ya no hay cabida para el secreto ni para lo oculto. En un mundo que se ha vuelto mercantil y estético, ya todo se muestra excesivamente al detalle; incluso el arte ha perdido su trascendencia, víctima de la extinción de valores generalizada.
<<Todo el dilema es este: o bien la simulación es irreversible y no existe nada más allá de ella, no se trata siquiera de un acontecimiento sino de nuestra banalidad absoluta, de una obscenidad cotidiana... o bien existe de todos modos un arte de la simulación, una cualidad irónica que resucita una y otra vez las apariencias del mundo para destruirlas. De lo contrario, el arte no haría otra cosa, como suele suceder hoy, que encarnizarse sobre su propio cadáver. No hay que sumar lo mismo a lo mismo, y así sucesivamente, en abismo: esto es la simulación pobre. Hay que arrancar lo mismo de lo mismo. Es preciso que cada imagen le quite algo a la realidad del mundo, es preciso que en cada imagen algo desaparezca, pero no se debe ceder a la tentación del aniquilamiento, de la entropía definitiva; es preciso que la desaparición continúe viva: este es el secreto del arte...>>
Estructuralmente, se trata de un libro que bien podría considerarse como una recopilación de fragmentos. A los dos artículos que componen el marco teórico de la obra (“Ilusión, desilusión estéticas” y “El complot del arte”), les siguen cuatro entrevistas al autor que ayudan a comprender y a profundizar en sus teorías. Gracias a estas variadas perspectivas, el lector consigue una visión global del mensaje que le permite extraer sus propias conclusiones.




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Fracturas de la memoria Nelly Richard
En Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento crítico se compilan los trabajos de la chilena Nelly Richard, publicados, revisados y comunicados, entre 1977 y 2006. Los movimientos de arte y política durante la dictadura pinochetista y los procesos de memoria y reflexión histórica del consenso democrático se articulan a partir de la imagen de la “fractura”, bajo la cual se revelan los puntos neurálgicos de quiebres, discordancias, puestas en disputa
de los discursos autoritarios, los planteos homogeneizadores y la memoria pasiva del pasado.
Por esto, en la primera sección del libro, –“Lo crítico y lo político en el arte”– Richard recorre la Escena de Avanzada: el movimiento poético, crítico y literario que tuvo lugar durante la dictadura y que reunió a diversos artistas e intelectuales como Diamela Eltit o Raúl Zurita, para realizar acciones artístico-políticas en distintos soportes (el cuerpo, la calle, el cielo) como modo de enuncia social. La autora se aboca a dar cuenta de las complejidades del movimiento, tanto por lo innovador de sus propuestas, cuanto por las problemáticas que provocó: su invectiva no se orientó a resquebrajar únicamente el discurso dictatorial sino además el de la izquierda hegemónica y el del cientificismo social del momento. En cada una de estas confrontaciones, señala, las propuestas de la Escena de Avanzada pusieron de relieve la dislocación del sentido, utilizando como procedimiento el quiebre de toda representación.
En relación con esto, un momento de alta intensidad teórica puede hallarse en el artículo “Acontecimiento y resignificación”, del 2004, en el cual la autora polemiza con la tesis de W. Thayer acerca del golpe de Estado como consumación de la vanguardia. Thayer asemeja el terrorismo de Estado a la estética de vanguardia, en tanto éste implicó una totalización de lo nuevo y una ruptura total del significado. Si las prácticas de la Escena de Avanzada se insertaron en el mismo quiebre discursivo que envolvió la violencia, dice ichard, deben discernirse ambos cortes, ya que no son para nada homologables: el de la vanguardia, deconstructivo, buscó “abrir juegos de libertades en torno a los signos fracturados” (67), y apuntaba a una “repolitización de la subjetividad” (75), mientras que el de la dictadura, destructivo, borró los ejes de representacionalidad previos para insertar otros, dentro de la lógica autoritaria de la dominación. En efecto, la diseminación del sentido operada por el arte de vanguardia no supone un nihilismo, sino que se resume en un esquema que la autora ha denominado (y utilizado como título de uno de sus libros centrales) “la insubordinación de los signos”: frente al enclaustramiento discursivo, la vanguardia se propone llevar las reglas hasta todo tipo de límites, temáticos y
genéricos, difuminarlos, explorar bordes del pensamiento, retorcer el alfabeto para comunicar su sospecha de las verdades absolutas. “En lugar de suturar los cortes, las obras de la Avanzada eligieron trabajar historias nunca terminadas” (36), señala. Por lo tanto, lejos de considerarlas marginales, Richard incluye las actividades del grupo C.A.D.A. en el debate propugnado por Peter Bürger, Hal Foster y Andreas Huyssen, acerca de los alcances de la neovanguardia y sus posibilidades en la posmodernidad. Dice la autora que los textos del nuevo discurso crítico chileno se armaron a partir del procedimiento de la cita. Se trata de una funcionalidad “cortante”, ya que “pasó a ser una técnica capaz de resignificar, basada en rupturas y discontinuidades, una cultura hecha pedazos (…) La cita servía para hacer tajos en el cuerpo de los enunciados, volviendo palpables las heridas dejadas en el saber por la desestructuración de los marcos de comprensión de un presente dislocado.
Mientras que la cultura oficial hablaba la lengua de la razón totalitaria, del Todo indesmontable de la clausura represiva, la cita artística y crítica trazaba hendiduras y rasgaduras en la cara de ese todo, destrozando sus verdades presuntamente enteras y multiplicando los trozos que un pensamiento en acto recombina en desorden de piezas y sentidos” (44). Así, los procedimientos de la vanguardia chilena en la posmodernidad tienen la forma de ruinas y fragmentos, pero no con el objetivo de revenderse en el mercado sino con el fin de proponer una re-politización cultural.
Así, la pregunta acerca de si estos movimientos son episodios de la historia del arte o de la historia política se inserta dentro de un debate mayor, mencionado por Beatriz Sarlo y que Richard retoma: la crítica y el arte latinoamericanos, ¿deben orientarse exclusivamente a una perspectiva contenidista sobre el contexto social o pueden darse la autonomía de crear conceptos teóricos propios? Estos grupos, responde Richard, que han preferido el experimentalismo a los grandes discursos masivos, confrontan el aparato crítico-literario, ya que hasta el día de hoy éste no parece estar preparado para asimilarlos en sus clasificaciones o explicaciones fundantes. En la segunda parte del libro –“Dramas y tramas de la memoria”–, el rastreo por la construcción de los consensos post-dictatoriales trata de destacar cuáles han sido los acontecimientos que escaparon a la serialización del poder. “Acontecimiento”, en el sentido que le da Alan Badiou al término, como experiencia sin parangón que sin embargo se repite, se inscribe y se destaca sobre el trasfondo de una superficie histórica específica. Entonces, el objeto de estudio amplía los límites de lo literario, se vuelve múltiple. En los sucesivos artículos, Richard analizará distintos fenómenos culturales, como las marchas
de mujeres que salieron a las calles de Londres para exigir la liberación del ex-dictador, ya que en dicha protesta se reveló el equilibrio social roto y el frágil consenso que la democracia intentaba ocultar.
Asimismo, el papel de los movimientos femeninos, tanto aquellos que apoyaron al pinochetismo, como aquellos que jugaron un rol fundamental en la recuperación democrática,
es analizado puntualmente en otro de los trabajos, también a partir de la figura del altercado y la incomodidad. En este caso, aquel que provocaron Diamela Eltit y Lotty Rosenfeld mediante la exhibición, en plena dictadura, de un filme pornográfico en una reunión del feminismo de izquierda. Nuevamente, la cita dislocadora y obscena (la que da cuenta del fuera de escena, de lo que no puede nombrarse) revela las fisuras de lo aparentemente homogeneizable,
introduciendo los “tumultos de lo clandestino” (185).
Una mención especial merece el trabajo “Roturas, enlaces y discontinuidades”. En él se analizan las recepciones de la obra de Walter Benjamin en las prácticas culturales de los ‘80, fundamentalmente en aquellas que propusieron al pasado no como algo irreversiblemente detenido, sino que, a partir del fragmento y el residuo, devolvieron el “recuerdo turbio”, “que no sea linealmente restitutivo de una historia plena y coherente” (114), y derribaron los planteos de la “democracia de los acuerdos”, recordando que la historia de los oprimidos es siempre
discontinua. Por ejemplo, frente a la compilación Imágenes 1973. Archivo histórico El Mercurio que ordena las fotografías del periódico bajo una mirada conciliadora de la historia, como ya contada y finita, Richard sitúa la perspectiva del filme La batalla de Chile, de Patricio Guzmán, cuya narración prioriza la sintaxis discontinua de la historia contándose.


El análisis sobre las experiencias artísticas marginadas por el consenso de la transición incluye además las fotografías de Dittborn, la instalación Lonquen 10 años (1989) de Gonzalo Díaz y las piezas teatrales de Ariel Dorfman y Alfredo Castro, entre otros. Podemos concluir que la amplitud de las fronteras de la crítica literaria hacia otros fenómenos culturales hace que Fracturas de la memoria resulte un texto iluminador y necesario para comprender los roblemas de vanguardia, posmodernidad y posdictadura. Su apelación a la renovación de la crítica resulta coherente con las hipótesis desplegadas, que indican que
sólo a partir de las dislocaciones y de la puesta en duda de las certezas establecidas es posible reflexionar seriamente sobre los últimos años de la realidad sudamericana.


Por: Irina Garbatzky


Carlos Runcie Tanaka



Carlos Runcie Tanaka es uno de los grandes exponentes de la cerámica y del arte peruano contemporáneo de las últimas décadas. Con una destacada trayectoria Runcie Tanaka nos entrega junto al Instituto Cultural Peruano Norteamericano / Fundación Wiese el ejemplar titulado “Hacia el Blanco” con más de 200 páginas que incluye excelentes

fotografías de las innumerable instalaciones y exposiciones cronológicamente recopiladas desde 1976 al 2010, acompañados con textos de Armando Williams, Pedro Pablo Alayza, Doris Bayly, Élida Román, Gustavo Buntinx y una fascinante reflexión de Jorge Villacorta.
Runcie Tanka no deja de sorprendernos a pesar del tiempo, la vigencia en su obra es un gran referente para muchos jóvenes artistas. Este libro es un material infaltable para todo artista y amante del arte peruano, podremos encontrar este material en las mejores librerías de lima. Por otro lado también encontraremos el libro del mismo Runcie Tanaka "Una Parábola Zen y Diez Pequeñas Historias" donde combinan la poesía, la filosofía y el arte. Aun precio muy accesible para todos.
Por: Patt Monroy